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XVI. La Torre

Actualizado: 17 ago 2020


La Torre es Marte, es guerra, es potencia que rompe. La imagen fuerte y despiadada de la última esperanza que se quiebra; la profusa casa de Babel que ha querido dar con Dios, pero es coartada. Es la ruina que te habías negado a ver, y que un rayo te ilumina y te arrebata al mismo tiempo. Es, en todo el sentido de la frase, un tiro de gracia.

Es la resistencia que corta, por fin, la muerte lenta de la espera. Porque, desde la oscuridad, uno cierra los ojos y espera, aunque no sepa ni qué, pero espera y, a veces, sin moverte sigues en esa torre endeble mirando el cielo negro que te ha ocultado el horizonte que aún, e inútilmente, buscas.


Esta carta es la bala en la sien de quien entrega sus abrazos a la pútrida presencia de lo que no respira más. Es el rayo que te arrebata del pecho ese hueco al que te aferras. Es la explosión de lo que oprimes. Es lo que te pone frente a lo que ya no puedes ignorar, a lo que te corrompe la quietud. La torre lo restriega, y una vez que lo notas, te rompe los brazos que te atan; es el destino obvio de las cosas que han decidido no ser más.


La megalomanía humana echada abajo por un revés mortífero de lo superior. La neurosis del golpe que te abruma por dejarte abandonado entre el cielo y el suelo. Es el limbo.

"Reconozco que ya ni me conozco, busco al fondo indeciso oscuro y hondo. Tengo frío y no caliento ni los dedos de mis pies, ni la lengua, ni mis labios, ni las huellas de mis manos..."

Rozalen


El rayo cae en la cima, por eso la cabeza se disloca. Es el empujón que te destierra del confort, que ya ni era confortable, pero al que te atabas por desidia. Es el despertar de las neurosis, el estrés exagerado, la migraña insostenible que te vuela la cabeza como un cachazo de revólver. Es la pesadez demoledora que te fractura por ratitos. La crisis tajante que te grita sin piedad un jaquemate, la estocada esquivada que hoy te arrebata el reino que, la verdad, ya querías ver desde lejos.

Cuando la Torre llega, lo hace sin friendly reminder. Te da con tubo en la cabeza, te cimbra las raíces y te deja entre la vigilia y el desmayo. El único control que tienes ahora es el de saltar, unas veces te empuja; otras, te hace volar por el miedo a quedarte y, algunas más, te arroja por la inercia del peligro.

Dejar ir la prepotencia y sacudirse los delirios de control y de grandeza es lo que queda, pues la fuerza entre el cielo y la tierra te pide resistencia. Es, en pocas letras, la neurosis del golpe que te abruma.


En las relaciones es como si se invocara a Babel. Las lenguas se confunden, el entendimiento se diluye y, por tanto, el vínculo y la comunicación padecen de extravío. La incomprensión de la caída te obliga a buscar a alguien más con quien comunicarte al llegar al suelo. En ese halo de caída, uno se percata que no queda más que la comunicación de corazón a corazón. La arrogancia ha quedado destruida desde el cielo.




Los personajes que se avientan vienen de la carta anterior, El Diablo. Son los atados por las cadenas flojas del ego, de la supremacía y de los demonios insaciables.

La Torre de Babel, Pieter Brueghel (1563)
La Torre de Babel, Pieter Brueghel (1563)

En la vida hay muchas torres, unas llegan más alto que otras. Así pues, el precipicio de cada uno depende de qué tan alto es la soberbia que construyó nuestro Babel. No hay que olvidar que después de cada torre SIEMPRE hay un nuevo comienzo que ya no aguanta más por revelarse, pero al que teníamos miedo porque es desconocido. Por eso le sigue La Estrella. Es lo nuevo que de tan contenido se revienta, que explota y rompe la prisión que frágilmente construimos. La oportunidad de replantear y construir desde el principio un camino hacia el bienestar. Una torre siempre lleva sacrificio, pero funge como el aval de lo que viene a iluminar la noche oscura.

No es fácil construir nuevos cimientos, hay que hacer mucho trabajo, pero la nueva casa que se erija será mejor, siempre mejor, mucho mejor que la torre caída.

Me costó describir esta carta porque fue inevitable no recordar cada una de mis torres, unas altas, otras no tanto, pero torres al fin; sin embargo, les dejo esta canción que escucho, canto y repito como el eco infinito que me disloca las entrañas a lágrimas sentidas y, al mismo tiempo, las repara y esperanza mientras enuncio como mantra a Rozalen:

Duele dentro, me perdí y no me encuentro […]

que se vuele el miedo que come por dentro todas las ilusiones que tengo,

que salgan arrugas en las comisuras de tanto reír,

que vuelvan a verme buenas vibraciones, que repitan que todo irá bien,

que me eches de menos,

que la vida me quiera bien.


... Sí, que la vida nos quiera bien.


Canción cuatro del Soundtrack de Tarot.

Carta XVI: La Torre

"Saltan chispas", Rozalen



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